He escuchado al representante de la oficina en España de la Comisión Europea impulsar una campaña de concienciación ciudadana sobre los beneficios de pertenecer a la Unión Europea, así como para darnos la oportunidad de opinar cómo queremos que funcione esta gran institución. Qué casualidad que esta preocupación surja a un año visa de las elecciones que se celebran cada cinco años al Parlamento Europeo, y a las que, tanto españoles como el resto de ciudadanos de otros países integrantes, damos la espalda con una abstención superior al cincuenta por ciento. Como buen agrarista he defendido siempre, y espero seguir haciéndolo, una Unión Europea que amplíe el ámbito de sus políticas, que las dote de presupuesto propio suficiente, que negocie como un bloque compacto con el resto del mundo, y que sea modelo de amplio territorio del planeta donde se vive en paz, progreso, solidaridad y libertad. Defiendo más política y menos burocracia, creo que el Parlamento Europeo debe de tener más peso en las decisiones, y no estaría mal que los órganos de gobierno real de la Unión Europea los pusiéramos de verdad los ciudadanos y no los gobiernos de cada uno de los estados que la integran. Pero incluso los europeístas convencidos nos preguntamos si esto merece la pena cuando, a la mínima, determinados países cuestionan a su vecino no fiándose de sus gobernantes, y lo que es peor, de sus instituciones. Me refiero al papelón de que países del corazón de Europa acojan como exiliados políticos a quienes sencillamente son prófugos de la justicia española, convirtiendo en héroes a quienes no son más que villanos. Por eso, cuando dentro de un año haya que votar a las europeas, este agrarista europeísta convencido, que cree en políticas comunes más allá de las agrarias, que cree en el Euro y en la libre circulación de personas y bienes, y que presume de que su hija ha estado de Erasmus, se pensará qué hacer con la papeleta. Puede que huya de la urna como un Puigdemont cualquiera y me atrinchere en el localismo para no ver más allá de mí pueblo.
*Artículo de opinión de José Antonio Turrado publicado en La Nueva Crónica del viernes 18 de mayo de 2018.