Stanislav Jas, presidente del Grupo de Trabajo «Miel» del COPA-COGECA y director ejecutivo de la Asociación de Apicultores de Finlandia

Cuando le hablan de los productos falsificados que se venden en la Unión Europea, ¿cuál de ellos le viene primero a la cabeza? Probablemente perfumes, bolsos o artículos de marca, ¿no? Pues no exactamente, porque, de hecho, el producto que más sufre de este fenómeno de falsificación… ¡es la miel! La Comisión Europea acaba de publicar un informe sobre una investigación a escala comunitaria de la calidad de la miel importada que ingresa en el territorio de la Unión. Y las conclusiones del mismo son estremecedoras: de las muestras analizadas por organismos públicos comunitarios, el 46% de estas resultaron sospechosas en cuanto a que serían objeto de fraude alimentario; y, sin embargo, las importaciones siguen representando nada menos que el 40% del consumo anual de miel de la UE.

Soy apicultor profesional en el sur de Finlandia y me encargo de 150 colmenas. Al igual que mis homólogos apicultores del continente, me ocupo de las abejas, brindo servicios de polinización a los fruticultores y demás agricultores finlandeses, y recolecto y vendo miel de proximidad. En el marco de mi actividad, también me dedico a la conservación de la abeja negra europea, una especie protegida, que llegó a estar casi extinta en mi región.

Hoy quiero alzar la voz porque ya no quiero seguir presenciando de brazos cruzados el declive tácito de la apicultura europea. Desde ya hace varios años, los apicultores europeos vienen dando la voz de alarma sobre la situación del mercado europeo de la miel. La situación se ha vuelto acuciante para la mayoría de los apicultores profesionales. La causa principal es que las fuerzas tradicionales del mercado, conformadas por la oferta y la demanda, se ven tergiversadas desde hace varios años mediante escandalosas artimañas para engañar a los consumidores de miel, lo cual se debe principalmente a que la legislación europea carece de solidez. En el contexto actual, a menudo los consumidores no son capaces de identificar claramente el lugar de origen exacto de la miel, sobre todo en las mezclas comerciales de miel en las que se combinan mieles comunitarias (UE) y extracomunitarias (fuera de la UE). Peor aún, la presencia de miel adulterada importada, es decir, una mezcla de miel con jarabes complejos, lleva a una disminución del precio de venta en las tiendas a niveles tan bajos que se ve completamente tergiversada la percepción por parte de los consumidores del valor real de la miel auténtica.

Al generar menos ventas los apicultores, las existencias de miel de proximidad se vuelven cada vez mayores y si a esto le sumamos la casi ínfima rentabilidad del sector, lo que acaba ocurriendo es que todo esto confluye progresivamente en la destrucción de la producción europea. En resumidas cuentas, ya no estamos en condiciones de competir con los productos importados, que no se ajustan a la definición legal de «miel». A modo de ilustración, el valor declarado de la miel importada cuya procedencia es de Asia lleva años rondando los 1,50 €/kg, mientras que el coste medio de producción de la miel producida en Finlandia puede llegar a alcanzar los 15,00 €/kg, es decir ¡diez veces más! Las actuales tasas de inflación y el aumento del coste de la energía no hacen sino exacerbar esta tendencia. No somos capaces de adecuar nuestros precios a los de las mieles importadas dado que estas están repletas de jarabes y se ven, por tanto, completamente desvinculados de la inflación o de las fluctuaciones naturales debidas a los fenómenos meteorológicos.

Para la UE, la apicultura tiene un valor mucho mayor que tan solo el económico

Algunos argumentarán que la miel no es un componente sustancial de la economía europea y nacional. Sin embargo, es preciso analizar la apremiante situación del mercado en un contexto social más amplio. Mediante la reciente revisión de la Iniciativa de la Unión Europea (UE) sobre los polinizadores se subraya la importancia de adoptar medidas inmediatas para detener el declive de los polinizadores. Cuando son los apicultores quienes se encargan de las abejas melíferas, estas desempeñan un papel vital en la polinización de los alimentos que consumen nuestros ciudadanos, por no hablar de la preservación de la biodiversidad que nos rodea. Según las estimaciones del Copa y de la Cogeca, la destrucción de los medios de subsistencia de los apicultores profesionales europeos puede llegar a provocar la pérdida de más de 5 millones de colonias de abejas melíferas en todo el continente; es decir, casi un tercio de la cifra actual. Habida cuenta de que nos enfrentamos a los mayores retos sociales, como el cambio climático, no podemos permitirnos una tal reducción, porque, básicamente, las demás poblaciones de insectos polinizadores no están ahí para reemplazar la pérdida de colonias de abejas melíferas de las que se encargan los apicultores.

Ya existen soluciones disponibles para la crisis del mercado

Para afrontar esta situación no podemos seguir quedándonos de brazos cruzados que ya se han identificado soluciones políticas claras. La Comisión debe adoptar y rápido las decisiones políticas necesarias para poner en marcha dichas soluciones, para lo cual puede contar con la colaboración del Copa y de la Cogeca, de los Estados miembros y de los diputados al Parlamento Europeo.

Por un lado, tenemos la próxima revisión de la Directiva del Consejo sobre la miel (2001/110/CE). Con esta directiva se abordan tres prioridades cuyo objeto es obtener resultados reales: se proporciona información transparente a los operadores de la cadena alimentaria y a los consumidores con respecto al origen de las mezclas de miel y su composición; se brindan herramientas para combatir eficazmente el fraude de la miel; y, por último, se protege la calidad de la miel en beneficio tanto de los consumidores como de los productores. La trazabilidad y las pruebas de laboratorio encaminadas a establecer el origen de la miel serán piezas esenciales para contar con un marco jurídico reforzado como medio de comprobación de la conformidad con un etiquetado que goce de mayor transparencia.

Por otra parte, también será importante que se establezca un centro comunitario de referencia para la miel. Con este organismo especializado, todos dispondremos de un lugar en el que se desarrollarán y se analizarán unos métodos modernos para demostrar la autenticidad y la calidad de la miel; métodos que, en última instancia, han de ser oficializados por parte de la Comisión. No podemos seguir analizando la miel y certificando legalmente los lotes importados utilizando un marco jurídico obsoleto con métodos de laboratorio que no se actualizan desde hace décadas.

La Comisión y las autoridades nacionales también deben tener la capacidad de evitar la adulteración y el comercio de miel fraudulenta. Es preciso establecer una lista roja de importadores y fabricantes a los que se prohíba exportar al mercado de la UE, combinada con pruebas sistemáticas de los cargamentos de miel importada comercializada a granel.

Por último, también es importante poner a disposición un etiquetado de origen más claro para empoderar a los consumidores. Nos hemos esforzado tanto en este sentido y hoy por hoy nuestro sector está preparado. Hace poco mantuve reuniones en Bruselas con algunos funcionarios de la Comisión que señalaron lo peligroso que puede suponer desarrollar un etiquetado de este tipo, citando que supone un riesgo para el comercio intracomunitario al «fomentar el nacionalismo en las etiquetas». ¡Qué preocupación tan infructuosa en la Europa actual! ¡Y qué poca coherencia tiene este Pacto Verde! Los productores de miel nos enorgullecemos como colectivo de poder exponer esta pluralidad geográfica a nuestros clientes. La indicación obligatoria del país de origen en la etiqueta de la miel, sin que se permita excepción alguna en el caso de las mezclas, no perjudicará en absoluto a un mercado que tan dependiente es de las importaciones extracomunitarias.

Junto con mis compañeros del Copa y de la Cogeca, estamos convencidos de que han de tomarse medidas políticas de manera urgente para hacer que retroceda el declive de la producción europea y proteger la buena imagen de la miel. Sin tales decisiones políticas, nuestra apicultura quedará reducida a una mera actividad de ocio a la que se dedican sólo los aficionados, que pasará a la historia como una suerte de «museo al aire libre», con consecuencias de gran calado para el medio ambiente, la producción de alimentos y la confianza de los consumidores.