Es difícil confiar en las empresas e instituciones si no se confía en las personas, y mal se confía en las personas cuando en el mejor de los casos están parapetadas tras una mampara de metacrilato o, lo que es peor, en remoto al otro lado del teléfono o contestando un correo electrónico desde no se sabe qué parte del mundo. Esto es una de las consecuencias de la nueva forma de trabajar que impone la pandemia y que abandonaremos solo parcialmente cuando todo esto pase, y digo parcialmente porque nada volverá a ser como era. Recomponer las relaciones con clientes y proveedores formará parte de una estrategia empresarial donde unos apostarán por el modelo de toda la vida y otros apostarán por ese cambio de “trabajar tras la mampara”, y será la competencia, en sectores donde la hay, la que determine quién va a triunfar y quién perderá el mercado. Los diferentes gobiernos tendrán que determinar qué tipo de relación van a mantener las administraciones con los administrados, y yo pienso que no se va a decidir pensando en el bien del ciudadano, sino pensando en el bien exclusivo de un funcionariado que goza de privilegios respecto al resto de trabajadores asalariados y autónomos. También me preocupa el devenir del mundo asociativo en el gran entramado de asociaciones que se articulan entorno a la sociedad civil, al mundo de los sindicatos y asociaciones empresariales, y hasta el mundo de los partidos políticos. Si ya antes de la pandemia costaba asociarse o militar en este tipo de entidades, pagar una cuota, y más todavía participar activamente en la vida interna de las mismas, e involucrarse en su gobernabilidad, no quiero ni pensar cómo será posible volver a una situación normal después de pasados dos años sin reuniones ni asambleas, con contadas visitas a oficinas, sin programar actos que le son propios, y sin ser noticia en los medios de comunicación porque quedan eclipsadas por las derivadas de la pandemia. Y si el movimiento asociativo entra en crisis, los políticos tendrán todavía más mano ancha para “hacer de su capa un sayo”.
*Artículo de opinión de José Antonio Turrado para La Nueva Crónica del viernes 29 de enero de 2021