Valporquero

Dicen en Diputación tener datos sobre los muchos leoneses que todavía no han visitado las cuevas de Valporquero, cincuenta años después de su apertura al público como lugar de interés turístico.

Valporquero

Dicen en Diputación tener datos sobre los muchos leoneses que todavía no han visitado las cuevas de Valporquero, cincuenta años después de su apertura al público como lugar de interés turístico. Habrá que valorar ese dato igual que si se hace un estudio sobre los leoneses que no han visitado la Catedral, San Isidoro, el parque de Picos de Europa, o las Médulas, por poner algún ejemplo. Se entiende que alguien no tenga al menos curiosidad por ver y conocer paisajes o monumentos, o acercase al arte y la cultura en cualquiera de sus expresiones, pero lo que ya no se entendería es que esos leoneses que desconocen lo que tenemos en nuestra tierra, fueran unos incansables viajeros por otros puntos de España y del mundo. Seguro que de estos últimos también hay, y que hasta presumen de lo que se gastan en los viajes y de lo exóticos que le resultan. Volviendo a Valporquero, recuerdo que era uno de los primeros lugares que visitábamos los de mí pueblo, al otro extremo de la provincia en línea recta, cuando en la década de los años setenta la generación de mis padres pudo comprar el primer coche. La visita a Valporquero era lo más, como lo era visitar el Lago de Sanabria, que lo teníamos más cerca, y por supuesto ir a alguna romería de la comarca. No había  para mucho más porque, con coche o sin él, el tiempo libre de aquellas familias de agricultores y ganaderos era inexistente, y los recursos, además de escasos, dolía gastarlos en cuestiones lúdicas. Después, o quizás coincidente en el tiempo, Valporquero fue también excursión obligada de final de verano, de las que organizábamos los mozos y mozas del pueblo, en autobús, antes de que se fueran los veraneantes. Es difícil no sorprenderse por la belleza del lugar creada a base de pasar lentamente el tiempo, miles de años, aunque yo confieso que soy más de subirme a los cuestos, de ver las montañas y valles como los que hay encima de la cueva, a la que por cierto, se acede pasando  las “hoces de Vegacervera”, donde el Torío se niega a dejar sitio a la carretera, y que es otro paisaje de los que nos regala la naturaleza de nuestra provincia.

*Artículo de opinión de José Antonio Turrado publicado en La Nueva Crónica del viernes 5 de agosto de 2016.