José Antonio Turrado, Secretario General de ASAJA Castilla y León

La concepción de lo que realmente representa agricultura y la ganadería en un contexto nacional o europeo llegó tras la crisis económica del 2007, se puso todavía más de manifiesto con el estallido de la pandemia en 2020, y se volverá a manifestar con total claridad ahora en 2022 con el estallido de la guerra en el continente europeo por la invasión de Rusia a Ucrania. Tiene que ocurrir una catástrofe para que los gobiernos y la sociedad en su conjunto pongan en valor el trabajo de los agricultores y ganaderos de todo el mundo con la misión de producir alimentos de calidad a precios que puedan pagar las carteras más humildes.

Ucrania, uno de los países con agricultura más próspera en el viejo continente, con unas enormes posibilidades todavía de crecimiento en su balanza comercial agroalimentaria, puede quedar condenado a la hambruna en los próximos años y tardar décadas en volver a ser relevante en el comercio agrario internacional. Y es que la crisis económica, la crisis sanitaria, y ahora la guerra, llegan sin anunciarse, llegan a veces sin que nos lo creamos mucho, y en estas situaciones excepcionales es cuando se le da a la alimentación humana la importancia que realmente tiene.

No voy a abogar por un cierre de fronteras y por pedir políticas que nos hagan ser autosuficientes en todo para no depender de nada ni de nadie, pues eso no está ni tan siquiera al alcance de las grandes potencias mundiales. Hoy la globalización es un hecho real que no debería de frenarse ni por la crisis económica, ni por una pandemia, ni por una guerra. Pero en esa globalización que también afecta a la agricultura, España puede optar por ser un país potente que produzca para el consumo interno y exporte todo lo que pueda, u optar por tener una agricultura renqueante y depender de lo que nos llega a los puertos desde cualquier parte del mundo. Creo que lo acertado es la globalización asegurando el mayor nivel posible de autoabastecimiento, y que esa globalización tiene que estar modulada por unas normas comunes en la producción y en la comercialización, eso que ahora, en el argot comunitario, se ha dado en llamar “cláusulas espejo”.

En medio de esta guerra, que ni sabemos cuánto va a durar ni si va a desencadenar otras, es buen momento para que la Unión Europea se replantee su política agraria antes de empezar a aplicar la nueva reforma que entrará en vigor en 2023. Se debe de replantear si no convendrá aumentar la producción aparcando por un tiempo esas normas medioambientales que seguramente podrán esperar, y se debe de replantear si no será el momento de aplicar la tecnología para producir más con menos, incluida la modificación genética, como ya se está haciendo en una gran parte del mundo con el que tenemos que competir. Y es que, como la agricultura está tan sujeta a normas europeas, la decisión tiene que llegar de Europa, porque si no fuera así, seguro que algún país comenzaba ya a tomar decisiones en este sentido, como las ha tomado Alemania respecto al gasto militar.