MIRANDO EL RÍO

Estos días me he asomado tres o cuatro veces al puente de los Leones de nuestra capital para ver la crecida del Bernesga, como han hecho miles de leoneses, pues no ha habido otra noticia de más impacto social objeto de tertulia y reseña de periódico.

MIRANDO EL RÍO
 
Estos días me he asomado tres o cuatro veces al puente de los Leones de nuestra capital para ver la crecida del Bernesga, como han hecho miles de leoneses, pues no ha habido otra noticia de más impacto social objeto de tertulia y reseña de periódico. Afortunadamente los ríos que cruzan la capital nunca van a ocasionar daños de consideración, por lo encajados y rápidos que trascurren, salvo los que se producen por las actuaciones del hombre – en este caso del Ayuntamiento- en el cauce queriéndole ganar un terreno que siempre fue del agua. No ha sido culpa del río ni de la mala suerte que el agua haya derribado una o dos pasarelas, será culpa del ingeniero o arquitecto que hizo el proyecto y de la corporación que se lo pagó y adjudicó la obra. Y de la Confederación Hidrográfica del Duero en su dejación de funcione que no detectó que la obra restaba mal diseñada. Y de la Unión Europea que soltó los millones de pesetas de las de entonces.
 
Cosa distinta es cuando en algunos pueblos de la provincia vemos la riada en días como estos.  El río, tan querido y venerado, se convierte en el mayor enemigo cuando se hincha de agua, se sale del cauce e invade fincas de cultivo arrastrando la tierra más fértil. Pero lo peor es cuando el agua entra en el pueblo, las calles se convierten en río y se anegan las viviendas. Aquí ya no hablamos del espectáculo que veíamos estos días los leoneses, aquí ya estamos hablando de un acojone que, cuando lo vives de niño, te marca de por vida. Lo sabemos bien quienes hemos crecido a la orilla del río Eria, que parece que no es nada pero, cuando llueve en abundancia y de deshiela el Teleno, puedo asegurar que no hay quién lo conozca. Y ahora, cuando se decreta la alerta, al menos aparece la Guardia Civil, los medios de Protección Civil, y su fuera necesario hasta la UME, pero antes, no había a quién llamar ni con qué llamar. No había más ayuda que la que unos vecinos que se prestaban  apoyo a otros a toque de campana. Y al día siguiente del diluvio, todos a reparar los desperfectos en hacendera. Pero aún así, bendito río.
 
Artículo de opinión de José Antonio Turrado publicado en La Nueva Crónica del viernes 4 de abril de 2014.