En el periódico hermano de  La Nueva Crónica, el ABC, se podía leer el pasado martes una noticia del corresponsal en París, J.P. Quiñonero, sobre la elevada tasa  de  suicidios entre los agricultores y ganaderos franceses. Conozco desde hace tiempo este problema que aqueja al sector primario de nuestro país vecino y no he llegado a comprender las poderosas razones que empujan a tan elevado número de agricultores a quitarse la vida ante problemas económicos que a sus ojos deben de parecer insalvables.  Nada justifica un acto de esas características  y no hay problema material que no tenga solución, aunque el trabajo de toda una vida puede derrumbarse cuando los problemas de mercado, las malas cosechas, las plagas y enfermedades,  la prisa de los acreedores, y hasta otros problemas personales, se juntan a la vez y no dan treguan. No creo que los agricultores franceses estén en peor situación de partida que los del resto de Europa y en concreto que los agricultores españoles, y desconozco si las leyes del país vecino ponen antes sobre las cuerdas a quién por razones diversas entra en números rojos y deja de pagar lo que  debe al tiempo que  no ingresa el dinero suficiente para el sustento familiar. En nuestro país también hay muchos agricultores y ganaderos a los que las cosas no les salen como pensaban o tenían previsto y se pasan años metiendo un pie en el hoyo y sacando otro a la espera de que cambie todo para mejor, aunque el desenlace más habitual es abandonar el campo y dedicarse a otra cosa. Creo que cuando las cosas pintan mal en esta profesión, y la ayuda de las administraciones  públicas no llega o no es suficiente, lo razonable es un plan para salir del sector de la forma más ordenada posible vendiendo los activos para perder menos. Adaptarse a un nuevo trabajo, por lo general como asalariado, no suele ser complicado para los hombres y mujeres del campo, y  por mí experiencia puedo decir que a la  mayoría les ha ido bien. No siempre se acierta a la primera y el campo no siempre es lo que parece.
*Artículo de opinión de José Antonio Turrado publicado en La Nueva Crónica del viernes 11 de diciembre de 2020.