El estado de la región o la región en estado

Nuestros procuradores han debatido estos días mucho, y confiamos que en profundidad, en el castillo de Fuensaldaña sobre la situación económica y social de Castilla y León. Quizá sea éste de los debates más interesantes, dinámicos y por lo tanto positivos de los últimos años.

Nuestros procuradores han debatido estos días mucho, y confiamos que en profundidad, en el castillo de Fuensaldaña sobre la situación económica y social de Castilla y León. Quizá sea éste de los debates más interesantes, dinámicos y por lo tanto positivos de los últimos años. La democracia y sus reglas del juego quisieron que en las elecciones del pasado marzo cambiara el signo político del gobierno de la nación y eso, para bien o para mal –ya tendremos tiempo de juzgarlo– ha otorgado un nuevo ritmo al debate político.

Esta región y por lo tanto sus padres, que no son otros que los ciudadanos que en ella vivimos, hemos sufrido mucho a lo largo de los últimos tiempos. Nos quedamos estancados, no participamos del desarrollo económico y social que en los años sesenta vivieron otras regiones españolas, y eso acarreó la pérdida más importante que una región puede tener, la de su población, al tener que partir miles de jóvenes para poder trabajar y mantener a sus familias.

Desde entonces hemos ido arrastrando ese triste balance de falta de industrias, infraestructuras y servicios sociales, así como la ausencia de una identidad propia que nos sirviera de baluarte para defender nuestros intereses. Muchas de estas carencias y fantasmas del pasado están todavía marcando el contenido del debate del estado de la región.

En sencillo, dos son los equipos que pelean en el hemiciclo. Por un lado, el de Juan Vicente Herrera, a la cabeza del gobierno regional, quien alaba su gestión y es escéptico sobre el cumplimiento por parte del gobierno central de los compromisos asumidos con anterioridad por su partido. Por otra parte, arremete Ángel Villalba, como líder de la oposición en Castilla y León, pero a la vez como cabeza visible de la política de José Luis Rodríguez Zapatero, y reprocha a Herrera su mala gestión y afirma que con el esfuerzo del gobierno central, Castilla y León estará en el sitio que le corresponde.

Dentro de este debate tienen su espacio la agricultura y la ganadería, así como el mundo rural. No el que se merecen, pero quizá sí mayor que en anteriores ocasiones. Esta circunstancia puede ser motivada por la incertidumbre que el sector está viviendo, especialmente por el desconocimiento de la reforma de la PAC que se aplicará finalmente, así como de otro tipo de factores como el índice de desacoplamiento, el retraso de asignación de derechos, la amenaza de una modulación, la degresividad o correcciones financieras que se establecerán. También bullen las contradicciones en política hidráulica, los escasos márgenes comerciales en la venta de nuestros productos, la falta de presupuesto en las políticas propias de la Junta (tales como cese anticipado, programas agroambientales, etc.) y para remate, la espada sacrificadora del comisario Fischler contra el sector de la remolacha, cuya postura significaría la desaparición total de todo el sector. Son perspectivas, todas ellas, que harán poco menos que imposible que se cumplan las felices promesas tanto de Herrera como de Zapatero sobre incorporación de jóvenes.

Con esta situación en el sector agrícola y ganadero de Castilla y León, más que del estado de la región yo hablaría de que “la región está en estado” Una vez más, el sector, experto en adaptarse a mil situaciones, no tendrá más remedio que encajar aquello que le echen: como dice un refrán castellano, “si sale con barbas, San Antón, y si no, la Purísima Concepción”.

De cualquier forma, los agricultores y ganaderos piden y exigen que este debate sirva para marcar un frente común entre los grupos políticos para, al margen de intereses particulares, conseguir no perder lo que tenemos, y despejar las incertidumbres actuales, en beneficio del campo de Castilla y León.