En el pueblo, mejor que en Benidorm

Nuestros políticos regionales también presumen estos días en los periódicos de veranear en los pueblos, de buscar en ellos el descanso, tranquilidad y paz que durante el año no tienen. Esperamos que, a pesar de estar de vacaciones y de dormir a pierna suelta mecidos por los cada vez menos frecuentes rebaños, aprovechen sus visitas para tomar buena nota de las deficiencias que tienen los pueblos de Castilla y León.

Durante los meses estivales nuestros pueblos se llenan de vida. Al mismo tiempo que los agricultores realizamos las labores de recolección de la cosecha, unos años con más fortuna y otros con resignación por no obtener el resultado previsto tras un duro año de trabajo, vemos cómo la alegría y el corretear de los niños muestran la mejor cara del despoblado mundo rural de Castila y León.

No sólo de niños se llenan nuestros pueblos; también llegan sus padres, esos hijos del pueblo que en su día tuvieron que emigrar a las grandes ciudades para encontrar un puesto de trabajo y poder iniciar así su vida laboral y familiar. Tras el saludo y las preguntas pertinentes sobre los familiares y amigos comunes, la conversación siempre va a parar al mismo tema: “Qué bien viven los agricultores”. Esta es la frase más común entre todos los visitantes que, con pantalón corto, niki blanco y gafas de sol, pasean por nuestros pueblos mientras nosotros, esos agricultores que viven tan bien, hacemos jornadas de 15 horas diarias en las tareas agrícolas y ganaderas.

Ellos disfrutan de, no dudamos, unas merecidas vacaciones, que llenan con ratos de piscina, disfrutando de cañas y tapas en los bares y con una buena siesta en casa de los padres. Además, son vacaciones cómodas y baratas, y tienen garantizado un maletero del coche lleno de patatas, chorizo y jamón del pueblo. Si entramos más en profundidad en conversación incluso nos dan lecciones de agricultura, política, ética y moral, para concluir diciéndonos que, como cobramos subvenciones, de qué nos quejamos.

Y mientras transcurre su verano de ocio, transcurre nuestro verano de trabajo. Es cierto que ya no descargamos los remolques a pala porque son basculantes; la paja no se mete en el pajar, si no que se hace pacas y se transporta en plataformas o camiones; no se recoge el grano en sacos si no que se recargan los remolques o camiones con las palas de los tractores; no se ordeña a mano si no que se hace en naves adecuadas con equipos específicos. Son mejoras lógicas y necesarias, pero sigue siendo un trabajo duro, sin horario, días libres, ni sueldo garantizado. Por no hablar de las carencias en áreas sociales, educativas o sanitarias, que repercuten tanto en los agricultores y ganaderos como en sus familias.

Nuestros políticos regionales también presumen estos días en los periódicos de veranear en los pueblos, de buscar en ellos el descanso, tranquilidad y paz que durante el año no tienen. Esperamos que, a pesar de estar de vacaciones y de dormir a pierna suelta mecidos por los cada vez menos frecuentes rebaños, aprovechen sus visitas para tomar buena nota de las deficiencias que tienen los pueblos de Castilla y León, para que cuando vuelvan al trabajo tomen las medidas necesarias. Porque aunque ellos unos y otros quieran hacernos creer lo bien que vivimos, la verdad es que cada vez somos menos los que queremos vivir de la agricultura y la ganadería. Por algo será.