Celedonio Sanz Gil

En 2025 habrá que tener empresarios agrariosEl tema de la despoblación del medio rural y la revuelta de la ‘España vaciada’ se ha ganado un lugar en las discusiones sociales, mediáticas y políticas, ahora se reconoce como un problema fundamental en el país. Pero no hay soluciones mágicas y hay una dificultad añadida, que siempre se trata con una mezcla de voluntarismo y paternalismo, casi rutinario, que no lleva a ningún lado. Son las mismas propuestas caducas desde hace veinte años, vacías, sin contenido real: mejora de servicios, de infraestructuras, de fiscalidad… Pero los servicios no mejoran, las infraestructuras siguen retrasadas y la fiscalidad no supone un aliciente suficiente para mejorar la demografía local. Hay que cambiar la actitud, los centros del debate, hay que ir a los pueblos y escuchar a sus gentes, que saben lo que necesitan.

En la sociedad actual hay una realidad incuestionable: la mayoría de la gente no quiere vivir en los pueblos del interior. Para hacerles cambiar de opinión hay que ofrecerles un trabajo y unas expectativas de vida, para el individuo y su familia, superiores a las que podría encontrar en cualquier capital o en una zona costera.

El trabajo bien hecho, la innovación, la calidad, se acepta, se vende o mejor se compra, crece, se haga en la ciudad o en cualquier pueblo; mientras el hacer rutinario, sin motivación, abona el abandono. Da la impresión de que, en los temas de la política rural, en los pueblos, tanto el quehacer cotidiano como la misma protesta se ha convertido en una rutina, un círculo vicioso del que cada vez se hace más difícil salir. Hasta se ven las mismas caras de hace veinte años, sin relevo generacional alguno.

Sería necesario un cambio estratégico radical. Hay que ir más allá del hecho puntual, hay que buscar una dinámica global pero que se adapte a las circunstancias de cada pueblo, hay que buscar un traje a medida para cada localidad, las respuestas genéricas solo generan frustración. Hay que transmitir un balance positivo a la larga, con proyectos económicos enraizados en la tierra y competitivos per se y olvidarse de los cazadores de subvenciones que se quedan en nada a los cuatro años, cuando se acaba el dopaje del dinero concedido por los organismos oficiales.

En los servicios públicos hay ejemplos claros de esa rutina inaprensible que se apodera de las reivindicaciones que rodean el mundo rural. Cada año, cuando comienza el curso escolar salen a la luz reportajes sobre pueblos pequeños que han conseguido salvar la escuela porque han llevado un matrimonio con dos, tres o cuatro hijos, al que han ofrecido casa y trabajo, todo gratuito. Habría que ver lo que queda cuando se apagan esos primeros focos. Dónde está ese matrimonio y esos hijos al final del curso. También habría que ver qué piensan esos niños de esa escuela. Cuánto cuesta mantener esa escuela y qué podría hacerse con ese dinero.

El niño hoy quiere estar con otros niños, quiere estudiar con niños de su edad, en su curso, y quiere jugar con ellos, quiere tener su grupo, con su móvil, con su ordenador, quiere celebrar sus fiestas, sus ensayos, sus conciertos, quiere un equipo de su deporte favorito, quiere entrenar, quiere actuar, quiere echar un partido cada fin de semana. Eso no puede hacerse en un pueblo pequeño. Para el pueblo será un orgullo salvar la escuela, pero para el niño es un problema añadido.

A cada uno de esos niños les estamos haciendo un urbanita más, porque en cuanto tienen uso de razón dedican su vida a buscar lo que tanto han echado de menos en su niñez. Por eso, la mayoría busca otras salidas y no quiere vivir en el pueblo, vuelve de visita para ver a la familia.

En la sociedad actual no hay que tener tanto miedo a las distancias. Muchos niños en las ciudades pasan horas al día en el autobús o en el coche de sus padres para ir al colegio, y vivir su niñez con todas sus actividades extraescolares. En los pueblos no tiene por qué ser diferente. Acudir a las Centros Rurales Agrupados, en las cabeceras de comarca, no es ningún drama, y allí hay todo tipo de posibilidades para no echar nada de menos.

¿No sería mejor reivindicar un sistema de transporte digno adaptado a las necesidades de padres y niños? Ahora en algunos pueblos se fletan autobuses que llevan a los jóvenes cada noche de fiesta en fiesta, de pueblo en pueblo, pero los padres tienen que hacer decenas de kilómetros si quieren llevar a sus hijos a un ensayo o a un entrenamiento. ¿Es prioritaria la fiesta al fomento de la cultura y el deporte?

Seguimos con ejemplos de rutina reivindicativa. Al hablar de servicios siempre hay que detenerse en la sanidad. Sí, queremos médicos en los pueblos y especialistas en los centros y hospitales comarcales. Pero cuando tenemos que someternos a una operación, simple o compleja, o llega uno de los escasos partos, queremos lo mejor. Los mejores quirófanos, los mejores médicos, queremos una UCI de neonatos. Y nos vamos a los grandes hospitales de la capital, y dejamos sin uso a los centros o los hospitales comarcales. Es una dura realidad, de la que nosotros mismos participamos.

No podemos reclamar un gran hospital en cada pueblo, pero sí es preciso, y se puede hacer, que se reduzcan las distancias sanitarias. Quizás sea mejor invertir en equipos médicos transportables, en UVI móviles quirúrgicas o en helicópteros medicalizados, con sus centros de partida y llegada, establecidos para cada pueblo.

Hablando de funcionarios. Por qué ninguna Administración pone en marcha un programa claro de incentivos para los profesionales que vivan en los pueblos donde desarrollan su trabajo. Sigue siendo penoso ver cómo maestros, profesores, médicos, secretarios, veterinarios… todos parten en caravana a la capital en cuanto acaba su jornada laboral. Y mientras, otros funcionarios siguen organizando congresos que gastan dinero público y no aportan ninguna solución.

Con los profesionales del campo la situación tampoco es muy diferente. Los agricultores y ganaderos siguen con esa rutinaria actividad, rellenando las solicitudes de la PAC y de los seguros agrarios, sembrando y cosechando, dando de comer a las vacas o los cerdos y entregando los animales o la leche a las industrias. Eso sí, con tractores cada vez más grandes, de 300 caballos, para atender explotaciones más extensas, o granjas con instalaciones de maquinaria que cuestan cientos de miles de euros. Pero no dan ese paso adelante en su concienciación, en medir y exigir la importancia de su trabajo, de su permanencia. Los agricultores y ganaderos tienen que ser hoy, más que nunca, empresarios agrarios, como creadores de empleo y riqueza en el medio rural, aunque su explotación siga siendo una explotación familiar.

Es una realidad que también se ha quedado como un cliché penoso, que más del 60 por ciento de los profesionales del campo tienen más de 50 años y de ellos, más del setenta por ciento no tienen sucesor en la explotación. Eso ya no debe ser ningún hándicap. Una explotación sin sucesor, pero moderna y con futuro, no implica que vaya a desaparecer, se puede traspasar, se puede vender, como cualquier otra actividad económica.

Hay que romper las rutinas, acabar con el victimismo y romper las barreras de una en una, cada día, en cada pueblo, en el trabajo de cada uno y después las Administraciones públicas harán más caso.

 

 

 

“Hay que romper las rutinas, acabar con el victimismo y romper las barreras de una en una, cada día, en cada pueblo, en el trabajo de cada uno”