José Antonio Turrado. Secretario general ASAJA Castilla y León

Ahora síLa oficialidad de la Junta de Castilla y León rebosa optimismo ante la cifra de casi un millar de solicitudes de incorporación de jóvenes al campo en la última convocatoria que finalizó el 30 de octubre. Aunque el periodo que abarca es de dos años, y por lo tanto los resultados no son tan optimistas como los pintan, en ASAJA consideramos que son suficientes para mantener toda la actividad agroganadera en el campo de Castilla y León, aunque es cierto que existe un cierto desequilibrio entre territorios y entre sectores, cuestión que se debería de corregir.

En ASAJA hemos defendido una política de apoyo a los jóvenes que nos ha llevado hasta la situación actual, mejor que antaño, donde se asignan derechos de la reserva nacional, se prima con un pago joven, se ha ampliado la compensación de la primera instalación hasta los teóricos 100.000 euros, se ha mejorado el porcentaje de subvención sobre lo invertido, se ha conseguido adelantar una buena parte de la ayuda concedida antes de certificar el expediente, y se ha articulado un mejor acceso al crédito privado a través del denominado “instrumento financiero”.

Todo esto no serviría de nada si nuestra profesión no se hubiera humanizado hasta llegar a la situación actual en la que, con carácter general, ya no se trabajan tantas horas y días al año, y el trabajo no es tan penoso porque se ha sustituido por la mecanización y la digitalización.

Hasta aquí las facilidades. Las dificultades, las de cualquier agricultor: poca rentabilidad, elevadas inversiones, demasiado riesgo, imprevistos cada día, climatología adversa, problemas en la comercialización, horarios poco convencionales… Y cuando se empieza a ganar algo de dinero, o al menos a salir del bache, llega Hacienda y te cruje a impuestos, se lo lleva limpio para las arcas del Estado. Se lleva un dinero que has ganado, es cierto, pero que no tienes porque lo has invertido en tierras, un medio de producción imprescindible, y las tierras no se amortizan –se trata por igual al que las necesita para producir que al que las compra para especular–.

El gran problema de los jóvenes agricultores es ese, las tierras, disponer de tierras y de pastos a precios asequibles para dimensionar convenientemente la explotación. Y a este problema nadie da la solución, ni tan siquiera los padres, que a la hora de incorporarse los hijos están todavía en activo y no pueden ceder lo que no les sobra. Sin contar con que tenemos un sistema que desde la política ve con buenos ojos alargar la edad de jubilación y completar la pensión, una vez jubilado, con ingresos agrarios.

Aumentar la intensidad productiva de las tierras transformándolas en regadío es una buena medida, como lo es también impulsar ganaderías intensivas no dependientes de la tierra, aunque en estos casos se topa con normativa urbanística y medioambiental que entorpece y desanima al más valiente, como bien saben los que promueven granjas de cerdos o de aves. Estos sectores con demanda, como es el porcino, están parados porque no se deja a la iniciativa privada, a nosotros, trabajar como nos guastaría, como les gustaría a nuestros jóvenes.