Celedonio Sanz Gil. Articulista de opinión 

La situación del azúcar, y de la producción de remolacha que lo genera en España, son un reflejo perfecto de todos los males que acechan al sector agrario en los últimos años. Hoy, cuando está a punto de comenzar la recolección de remolacha en Castilla y León, el azúcar es noticia por su aumento de precio. Hace apenas un año en los supermercados se podía comprar un kilo de azúcar blanquilla por 80 céntimos y ahora se sitúa en torno a 1,4 euros kilo. Ocupa la segunda mayor subida anual en el índice de precios de los alimentos, con más del 45 por ciento, solo por detrás del aceite de oliva.

Al analizar las razones de esta subida se incide en cuestiones coyunturales. La caída de la producción, sobre todo por la sequía en un sector que requiere mucho consumo de agua, y el aumento de los costes de producción, sobre todo los de la energía.

Pero nadie va más allá en un sector maltratado y vilipendiado hasta la saciedad en los últimos cuarenta años. Más aún en los últimos cinco años, incluso desde el Gobierno. Antes de la pandemia el Ministerio de Consumo se atrevió a propagar ese slogan tan mentiroso como lesivo e irritante de “el azúcar mata”. En las diversas administraciones se impuso la moda de gravar con nuevos impuestos el uso del azúcar en la industria, por ejemplo, a los refrescos gaseosos. Ahora, con los altos precios, pueden acusar al azúcar de los veinte males. Aunque, como dice el refrán: “Ni veinte ladrones pueden robar al que no tiene ni calzones”.

Hay que remontarse a los años ochenta, a la entrada de España en la entonces Comunidad Europea. Por esa época este país era autosuficiente en consumo de azúcar, una importante fuente de energía, y el eslogan oficial era “tu cerebro necesita azúcar”, la producción llegó a rondar los 2 millones de toneladas, la superficie de cultivo casi duplicaba a la actual y había más de 25 fábricas de azúcar repartidas por toda la geografía nacional. La remolacha era un cultivo muy rentable que asentaba la renta de una buena parte de los agricultores españoles; también de los transportistas y los operarios de la industria.

Cuota ridícula

La CE nos impuso una cuota de azúcar ridícula, que con ciertos retoques podía llegar hasta el millón de toneladas anuales, cuando las necesidades de consumo superaban los 1,6 millones de toneladas. España se vio obligada a realizar una tremenda reconversión del sector, silenciosa por supuesto, que arrambló con numerosa maquinaria específica y muy costosa necesaria para su cultivo. De ser autosuficiente pasó a tener que importar más de 600.000 toneladas de azúcar cada año.

Los males para el sector azucarero español no pararon ahí. El 30 de septiembre de 2017 se produce la eliminación del sistema de cuotas en la ya UE. En una coyuntura de descenso de consumo, esta medida tenía el objetivo último de fortalecer la posición de los productores del Centro y Norte de Europa, que tienen menores costes productivos, ya que no necesitan tanto regadío para su producción remolachera. La producción de azúcar en España volvió a caer, quedó cerca de las 600.000 toneladas, y seguimos importando otras 600.000 cada año.

Al sector remolachero europeo también le ha afectado de lleno el fervor ecologista en la UE. La supresión de los fitosanitarios con neonicotinoides provocó el desarrollo tremendo de la plaga del virus amarillo en los cultivos, sobre todo en Francia, y fue necesario que se volviera a hacer una excepción con este país y se permitiera el uso de estos fungicidas en sus tierras remolacheras. Con las sequías y las plagas la producción comunitaria se resintió y las importaciones de azúcar en la UE alcanzaron una cifra récord de 2,5 millones de toneladas en el año 2022/23. Compras que no han impedido la escalada de los precios al consumidor.

Tras todas estas desdichas, parece que el sector se recupera. Aumenta la superficie de siembra, hay mayores rendimientos productivos y también de la riqueza sacárica de las raíces. La producción estimada en la UE para esta próxima campaña 2023/24 crecerá un 7 por ciento, hasta alcanzar los 15,6 millones de toneladas. Se prevé que las importaciones bajen de los dos millones de toneladas, mientras crecerían las exportaciones hasta superar las 750.000 toneladas aprovechando los altos precios del mercado mundial.

Incluso parece que se reducen los ataques de los expertos nutricionistas contra el azúcar ya que los sucedáneos artificiales que se utilizan en la industria, como la sacarina, el aspartamo o la sucralosa, usados masivamente en la industria alimentaria, incluso un edulcorante herbal, como la estevia, pueden ser peores para la salud, y se investiga su posible influencia en enfermedades cancerígenas o en la generación de tumores cerebrales.

Ya empezarán a crecer al lado de las carreteras esos montones de remolachas, de color blanco amarronado, que a la mayor parte de los viajeros les cuesta reconocer, para algunos jovencitos son “huevos alienígenas”. Cada uno de esos montones es un ejercicio de resistencia, un canto al esfuerzo, a la innovación y a la permanencia de los agricultores en este país. Un ejemplo del empeño del sector agrario y el medio rural por seguir aquí, vivos, contra todo y contra todos. A la vez que colaboran para bajar la inflación y mejorar la actividad cerebral de los ciudadanos.