Donaciano Dujo. Presidente de ASAJA Castilla y León

Que estos días los agricultores y ganaderos hayan vuelto a tomar la calle en España a nadie puede extrañar, porque por desgracia nuestro sector está muy acostumbrado, más que ninguno, a tener que manifestarse con frecuencia para, con cuentagotas, ir alcanzando pequeños logros que se nos niegan en reuniones y negociaciones.

En los noventa la más sonada fue la Marcha Verde, por sus dimensiones e implicación de un mundo rural que hoy por desgracia está muy mermado. Pero siempre hemos seguido en la calle, y encima con críticas, la más injusta la de aquellos que desprecian que “solo” juntemos a unos miles de agricultores, como si otros sectores lograran algo más que agrupar a dos docenas de personas en sus protestas, y encima consiguiendo muchas veces que sean más escuchadas sus voces en los medios de comunicación.

Lo que yo nunca imaginé es que en pleno siglo XXI, en una sociedad avanzada e informada, plenamente conscientes de lo que ocurre en todo el planeta gracias a las nuevas tecnologías, sabiendo que hay tantos lugares del mundo en los que se muere de hambre o se propagan problemas sanitarios por falta de control, seamos los agricultores y ganaderos europeos los que estemos en el punto de mira de las críticas. Si en estas semanas están coincidiendo protestas del sector en Alemania, en Holanda, en Francia, en Irlanda… y ahora en España, es obvio que algo está pasando. A la lucha por la rentabilidad, a la pelea diaria de las explotaciones para no caer en pérdidas, se suma el hartazgo profundo por el desprecio de una parte de la sociedad a nuestra labor. Produciendo buenos alimentos, con todas las garantías sanitarias, cumpliendo los requisitos medioambientales europeos -los más estrictos del planeta-, siendo de las escasas fuentes de empleo rurales y de los pocos que permanecemos en el territorio, es paradójico que tengamos que salir a la calle para decir lo evidente: que damos de comer a la sociedad, que sostenemos el medio ambiente y el territorio, que somos necesarios y que, en definitiva, sin agricultura no hay futuro posible.

La ignorancia en torno a la vida rural y el trabajo agrícola y ganadero ha ganado enteros y cualquier perroflauta quiere decidir cómo vivimos en los pueblos. La ignorancia es atrevida, y cuando prende en radicales, muy peligrosa. Las pobres vacas se han convertido en el símbolo de esta espiral del absurdo, convertidas en el enemigo público número uno de la capa de ozono. Muchos urbanitas no han salido nunca del centro comercial y la boca del metro, no han recorrido nuestra meseta, montañas y dehesas, y no han podido comprobar que en esas zonas en las que pastan las vacas el aire es limpio, y el prado verde. Ninguna de esas comarcas está en la lista de ciudades más contaminadas, donde se concentra la población, la actividad y el transporte, una lista en la que toda la comunidad autónoma solo figura Valladolid.

Nos quieren poner la boina a los del campo, haciéndonos culpables de casi todo, cuando la única boina que de verdad hay es la del aire contaminado que rodea Madrid, bien visible a kilómetros de distancia.

Las producciones agrarias y ganaderas de Castilla y León son excelentes, y así lo prueba que con frecuencia sean los países más ricos los que importen, y paguen por ellas. Está pasando ya con la miel, con la carne, con el vino, hasta con la alfalfa, que salen a mercados internacionales. Pero aquí seguimos aguantando críticas de gente que quiere imponer sus ideas a los demás. Cada uno es muy libre de elegir su dieta, y en el siglo XXI hay libertad para casi todo. La regla es dejar a los demás que también elijan. Que nos dejen tranquilos a los que nos gusta sentarnos a la mesa, compartir un buen plato y una copa de vino. Y que respeten nuestro trabajo.

Con todas estas preocupaciones en cabeza y corazón, los agricultores y ganaderos hemos salido a la calle. No sé si es el mejor momento, si hay que salir más o menos; si mejor hubiéramos ido con unos, o con otros. Lo que sí sé es que compartimos un mensaje: la agricultura y la ganadería no son el problema de este país, no son el problema ni de la alimentación, ni del medio ambiente, ni de la despoblación del medio rural. Somos claramente una parte, y muy importante, de la solución. Tenernos enfrente y no como aliados sería una torpeza política y social.