Donaciano Dujo. Presidente de ASAJA Castilla y León

Concluye estos días la vendimia en Castilla y León, una vendimia que la sequía ha acortado, reduciendo la cantidad, pero no así la calidad de la uva, que es excelente. En nuestra Comunidad Autónoma radica un 8 por ciento del viñedo español, unas 80.000 hectáreas, que dan soporte a las botellas de buena parte de las denominaciones de origen más respetadas dentro y fuera de nuestras fronteras. Aquí no hay vino a granel, sino vinos cabales, del mismo rango que un Burdeos o un Rioja.

Esa calidad ha permitido unos años de prosperidad para el sector. A pesar de que en España estamos muy por debajo de Portugal, Francia o Italia en consumo de vino, gracias a calidad de nuestros sellos y al empuje de la exportación, el sector ha funcionado. Al menos hasta ahora. En zonas emblemáticas como Burdeos ya se está planteando arrancar viñedo, porque no son capaces de vender toda la producción, tras un auge excesivo de plantaciones. Este eco ha llegado ya a la Rioja, comunidad vecina, y también empieza a haber problemas en Rueda, donde los viticultores están teniendo verdaderos problemas para vender la uva, y más si quieren hacerlo, como es justo, cubriendo costes de producción, como marca la Ley de la cadena alimentaria.

Esta bajada de precios puede obligar a algunos viticultores -en especial los más jóvenes, con inversiones recientes sin amortizar- a elegir entre arrancar las viñas o vender el viñedo a las bodegas, que son las que a río revuelto pescan lo que pueden. Desde hace tiempo vienen acariciando convertirse en la única voz del sector de vino, desde la viña a la botella, y quitarse de encima a los viticultores, cuando son los agricultores los que han construido el prestigio de un producto unido como pocos a la tierra.

Desde ASAJA llevamos tiempo denunciando esta situación. Ya advertimos de la supremacía de las bodegas en los consejos reguladores, puesto que en las elecciones obtienen vocales como elaboradores, pero también como viticultores, al contar con superficie propia. Al final el resultado está viciado, y en los consejos la única voz es la suya. Bodegas que pertenecen a grupos empresariales sin arraigo en esta tierra, incluso de otros países, a los que les da lo mismo producir en La Mancha, Rioja, Toro o Ribera, y que no les importa pagar a precios de misera la uva, porque ya sacarán el margen de otro sitio. Para ellos nuestros sellos son “cromos” con los que copar las redes comerciales.

Su objetivo, claro y contundente, es que solo queden bodegas, y cargarse a los viticultores. Y en ese camino, poco les importar desmantelar un tejido económico y social asentado en el territorio, como de hecho ha venido siendo en los últimos años, en los que los pueblos del vino siempre han mantenido mejor población y riqueza. Estos grandes funcionan con una viticultora más mecanizada, y con un puñado de temporeros puntuales. Malo para la agricultura, malo para la vida rural. Pero también malo para los mismos vinos. Porque al final se producirá uvas y vinos como churros, para abastecer mercados, desligándose cada vez más de la tierra, que es la que ha conformado durante siglos viñas, variedades de uva y el prestigio de nuestras denominaciones de origen.

Por ahora, las administraciones no dicen una palabra ante este desmantelamiento silencioso de un sector que es bandera de nuestra región y de nuestro país. Qué pronto se queda en nada la Ley de la Cadena Alimentaria. Y qué pronto se olvidan de que los vinos de los que hoy presumen se construyeron desde abajo, con el sudor y esfuerzo de los viticultores.