Retos inaplazables para el sector agrario y ganadero

Donaciano Dujo analiza los retos que se abren para el sector agrario y ganadero en 2016, en un artículo incluido en el espacio ‘Una mirada a Castilla y León’, que publica el periódico El Mundo

Donaciano Dujo Caminero. Presidente de ASAJA Castilla y León

No es fácil vaticinar hacia dónde evolucionará un sector, y mucho menos el agrario. Incluso a los analistas económicos se le escapa de sus posibilidades poder avanzar el crecimiento o decrecimiento del producto interior bruto atribuible al sector agrario, y esto se debe fundamentalmente a la influencia del clima, tan imprevisible y cambiante, sobre nuestras producciones. Y es más acentuado en Castilla y León, donde más del cincuenta por ciento de la renta agraria está vinculada a producciones agrícolas de secano, y que cuenta con una ganadería con base agrícola de pastos extensivos, donde la producción de hierba depende también de las precipitaciones. Y por esta razón, como dirigente agrario, puedo avanzar muy poco, ahora a principios de año, sobre el devenir del campo a lo largo de 2016, y sobre todo sobre las rentas que vamos a conseguir en nuestras explotaciones, rentas que, además de remunerar nuestro trabajo e inversiones, son decisivas para miles de negocios basados en la venta de medios de producción al campo, o en la compra y transformación de eso que nosotros producimos.

Como mucho, en este mes de marzo, puedo decir que no tenemos nada perdido, que no es poco decir: cereal y forrajes están nacidos y en buenas condiciones agronómicas, los pantanos se están llenando con cierta normalidad, sobre todo al norte del Duero, y los pastos son en general abundantes para la época del año en la que estamos. Pero no nos engañemos, porque si bien es cierto que de las fincas en regadío podemos esperar producciones más o menos estables a poco que tengamos garantizada el agua de riego, respecto al secano nos lo jugamos todo a una carta, que marcará el tiempo de los meses de abril y mayo. Respecto al viñedo, donde la superficie es la misma cada año, el umbral de producción lo marcan las normas que fijan los consejos reguladores, y la incertidumbre está más en la calidad de lo que se produce, que en la cantidad prevista. En otros subsectores, sobre todo ciertos tipos de ganadería, la producción no dependerá tanto del clima, ni de un sistema de cuotas que ya ha desparecido, sino de las demanda real del mercado, pues se producirá leche de vaca si hay comprador para ella a unos precios rentables; seguirá creciendo la producción de leche de oveja si no se rompe la buena racha en la que estamos; y habrá mayor facturación también en sectores ganaderos intensivos como el porcino y la avicultura, si por fin repunta el consumo interior y las exportaciones siguen haciéndose un hueco en los siempre complicados mercados internacionales.

Respecto a la política de precios, decisiva a la hora de confeccionar la renta agraria, soy consciente de que estamos sujetos a las inexorables reglas de un mercado que presiona desde la parte del consumo y presiona a la vez desde la competencia de las importaciones; además, la situación para el productor se complica muchísimo por la endeblez de nuestras estructuras de relación con la industria agroalimentaria y con la gran distribución. Iniciamos el año sin levantar cabeza con la crisis de precios del mercado de la leche de vaca, con las cotizaciones de los cereales bajo mínimos, y con la crisis de sectores cárnicos como el conejo y el porcino.

Y en este contexto, el sector primario que represento tendrá que aguantar la parte que le corresponda de una crisis de precios, a la espera de mejores momentos. Pero una crisis ha de ser para todos, no únicamente para los productores, mientras engordan sus márgenes y beneficios la industria que transforma y la distribución dueña de los lineales. Una aspiración, esta de que se repartan justamente los márgenes, para la que debemos de contar con el apoyo de las instituciones nacionales y europeas, y debemos de contar con la estricta aplicación de leyes promulgadas en la pasada legislatura, en las que ASAJA tiene depositada ciertas esperanzas. Porque la otra solución, la de estar en la calle reivindicando con medidas de presión un precio justo para lo nuestro, que ASAJA nunca ha abandonado ni dirá que ha pasado de moda, no deja de ser el fracaso de la negociación y el fracaso de una política agraria que, hoy por hoy, tiene que tener como principal objetivo aumentar la producción y que todos los eslabones de la cadena puedan vivir de lo que el mercado remunere. Y más pensando en el largo plazo, no podemos dejar de reseñar que está encima de la mesa la negociación de los intercambios comerciales entre Estados Unidos y la Unión Europea, y que está encima de la mesa la negociación de las relaciones comerciales para abrir más las fronteras con los países de Mercosur.

Los agricultores y ganaderos destinamos a inversiones y a la compra de medios de producción más del ochenta por ciento del valor de lo que facturamos. Por ello, tenemos que tener también la vista puesta en lo que cuestan esos medios de producción, en el valor añadido que aportan, en el avance tecnológico que representan. Si exceptuamos el gasóleo agrícola, que nos está dando un importantísimo respiro por la caída de su precio en surtidor, el resto de insumos sube cada año sin que existan la mayoría de las veces razones aparentes, salvo la de vender en un régimen de oligopolio, y la escasa unión del sector para hacer compras conjuntas a través de sus cooperativas, en vez de convertirse éstas en un acomodado distribuidor más de las multinacionales a cambio de rapel comercial. En estos costes de producción, no toda la culpa es ajena al sector, pues somos nosotros mismos los que estamos calentando el mercado de la tierra, pagando por las compras y las rentas unos precios que no son sostenibles y que se comen una buena parte de lo que tendrían que ser nuestros ingresos.

Tampoco seremos nosotros, los agricultores, ajenos a las consecuencias de la inestabilidad política para la formación de nuevo Gobierno, ni del rumbo que tome ese futuro Gobierno del que al día de hoy desconocemos hasta su perfil ideológico. Además de preocuparme ciertos prejuicios equivocados en materia agraria de ideologías de extrema izquierda, que pueden incluso llegar a tener la responsabilidad de la cartera de Agricultura, me preocupa el vacío de poder en un ministerio, el nuestro, que tiene que coordinar toda la política agraria nacional con los consejeros del ramo de las distintas comunidades autónomas, y que tiene que defender en Bruselas, en las relaciones ordinarias con la Comisión y en las sesiones de los consejos de ministros de Agricultura, los intereses de nuestro sector agroganadero. Como me preocupa también que la consejería de Agricultura no termine de alcanzar la velocidad de crucero que se espera cuando está a punto de agotase un cuarto de legislatura política, sin que, a mi entender, se haya tomado ninguna decisión medianamente relevante, y sin que la labor administrativa funcione como sería deseable en la resolución de expedientes y pago de los mismos, en definitiva, en solucionar problemas a los administrados y crearles los menos posibles.

Por último, tengo que hacer una reflexión sobre la unidad del sector. En lo económico, no veo avances de las cooperativas para mejorar su gobernanza, para ganar tamaño, afrontar nuevas fases en la comercialización y transformación de los productos, y mucho menos en su internacionalización para copar mercados exteriores. Creo que cuando hablan de fusiones o alianzas entre cooperativas nos engañan, lo hacen con la boca pequeña, pues les puede más el interés particular, que les lleva a una posición inmovilista. Y en el mundo de la representación, el que me toca más cerca, tampoco veo que las otras tres organizaciones agrarias, que en su día fueron una sola, vuelvan a unirse para que quede configurado un mapa sindical agrario en Castilla y León con dos fuerzas con planteamientos bien diferenciados pero capaces de ponerse de acuerdo para las cuestiones importantes. La fragmentación en la representatividad del sector, y la escasa capacidad de entendimiento con algunas de esas organizaciones que no piensan más que en el rédito sindical, beneficia a unas administraciones públicas y a un poder político que lo que quieren es no tener a nadie enfrente que les plante cara.

* Artículo publicado el 22 de marzo 2016 en la tribuna 'Una mirada a Castilla y León', en el periódico El Mundo de CyL

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