Enero 2022 |HOY NO ES UN DÍA CUALQUIERA, independientemente de cuándo usted este leyendo este artículo de opinión. Si me lee porque tiene algo que ver con la ‘España rural’, que sepa que, en estos momentos, acabamos de perder otra batalla, no porque algunos no la intentemos ganar, sino porque otros saben jugar sus cartas mejor. Hace pocos días, hemos tenido actos de protesta para conseguir una rentabilidad digna en el sector agrario, para reclamar un respeto que se nos niega, por una defensa de nuestros pueblos, sus tradiciones, su cultura, sabiduría e historia… por intentar que, al margen de un eslogan político y reiterativo cada cuatro años, alguien haga algo por prevenir la pérdida de nuestras raíces, para evitar que la sociedad solo tenga un objetivo: vivir en ‘macrociudades’. ¡Qué paradoja!, ¿verdad?: sacan toda la artillería para evitar las concentraciones donde viven un número elevado de animales, pero intentan confinar a las personas en urbes, cuanto más grandes, mejor. Las grandes ciudades no contaminan, ¿no? Ni sus coches, ni su imperiosa urbanización… esto es sostenible y altamente recomendable —nótese la ironía—.

Hemos perdido la batalla porque la sociedad urbanita pasa de nosotros; no sabe de dónde sale la leche, los huevos, la fruta o la carne. Y le da igual. Están concentrados en la última telenovela, en quién enseña más pierna en Gran Hermano o con quién anda ‘la Pantoja’. La sociedad europea: diseñada para no pensar. Tenemos 27 gobiernos que piensan por nosotros y otras 17 autonomías, junto con 8.131 ayuntamientos que legislan siempre en beneficio de terceros países, ¿a quién le importa? En el último mes hemos visto cómo se manipula todo lo que hacemos en el mundo rural: la forma de producir, de tratar a los animales, cómo se les da de comer, cómo se reproducen, por qué se les sacrifica y cuándo. Desafortunadamente para mi intelecto, he visto que los que llevamos haciendo esto toda la vida —herencia de nuestros padres— somos los que menos sabemos del tema. Ha llegado Greenpeace, Garzón, Teresa Ribera y un sinfín de superdotados medioambientalistas para esclarecer que la salvación de la España rural pasa por que desaparezcamos los que estamos y la dejemos en manos de ellos y el resto de perroflautas ecologetas de sofá.

Jardineros de Europa, funcionarios todos, apesebrados y subsidiados, campos sin cultivos, dehesas sin ganado, olivos sin podar, el pueblo sin aguacil, sin médico ni panadero, así es la España tal como la quieren los políticos más inútiles de la historia. Yo me resisto a dar por válidas las bondades de estos gurús de la predicación. Yo sé lo que he vivido, los campos que he labrado, todo lo que ‘he maltratado’ a los animales y lo que ‘he contaminado’, pero también sé lo que ellos no han hecho. Y ellos lo que no han hecho es trabajar. Hemos perdido la batalla, pero espero que no perdamos la guerra, porque esto significaría que todo lo que nuestros antepasados nos enseñaron y lo que consiguieron mantener hasta nuestros días ha sido en vano.