Cada vez es más frecuente escuchar en los supermercados o tiendas hacer referencia a lo caro que está todo lo relacionado con la alimentación, y es cierto, que en los últimos tiempos los productos de alimentación se han disparado. Hacer la compra es una actividad de lujo, casi reservada para unos pocos, pero que, por obligación, la tenemos que hacer todos porque sin comer no podemos estar mucho tiempo o «se nos gripa el motor».


Es justamente de lo que nuestros legisladores no se dan cuenta; que comer es cada vez más complicado para muchas familias, y no se dan cuenta porque con sus sueldos ese problema no existe. La realidad es que en los supermercados está todo mucho más caro, pero al productor primario apenas nos ha subido lo que vendemos, eso sí, lo que compramos para producir ese cereal, esa leche o esa carne, sí que ha subido. Gasóleo, luz, fertilizantes, máquinas, seguros sociales, nóminas, impuestos, burocracia, más funcionarios públicos, más limitaciones productivas, más elecciones, más comunidades de segunda frente a otras pocas de primera, más Marruecos o Sudáfrica o ¡qué más da¡, son peajes que los productores tenemos que pagar. Pero, creo que el equilibrio se ha roto hace un tiempo, creo que perdiendo dinero no se puede aguantar mucho. Veo el desmantelamiento del mejor sistema productivo del mundo, el europeo. Habíamos conseguido sin climas ideales y sin terrenos excepcionales, unas producciones capaces de mantener el viejo continente, de ser autosuficientes en casi todo, de no depender de lo que pase en la otra parte del mundo.

Ahora eso es un vago recuerdo de lo que eran los mejores años de políticas constructivas de una Europa que miraba al futuro con ilusión y pensando en sus habitantes; una Europa que sin embargo sólo piensa salvar el planeta de un calentamiento que, aunque se aprecia cierto, está claro que no es culpa de la producción de alimentos, y si así lo fuese, es por una necesidad existencial porque: o la población come o ‘palma’. Quizá lo que no es tan vital, es el sistema de consumo impuesto por las grandes comercializadoras en conceptos como, moda, tecnología, vehículos, viviendas de lujo y un sinfín de producciones que contaminan muchísimo más y que para nada son vitales, porque con un coche más pequeño, o un móvil más barato, se vive igual, pero, a esos nadie les imputa el desgaste del planeta, y de esos precios
no se queja la sociedad, porque hay que tener el ultimo móvil y vestir como el famoso de turno.

A mí, el que tengamos tal lavado de cerebro para admitir gastos altísimos en cuestiones prescindibles, no me molesta , siempre
y cuando hagamos lo mismo con las cosas que si son vitales como la comida. Y que a nadie se le olvide; se pudo comer barato cuando las políticas compensaban lo que el consumidor no pagaba, si el producto no vale lo que cuesta producirlo, ese producto deja de existir, y si el productor no ve rentabilidad, el que deja de existir es el productor, como se dice en el refranero popular, “mal camino a buen pueblo no lleva”.