Sin apenas darnos cuenta, los problemas que nos preocupan en un determinado momento parecen haberse solucionado, pero solo porque aparece otro peor que el anterior; por lo cual, más que solucionados, quedan añadidos al paquete.
La aparición de varios focos de Dermatosis Nodular Contagiosa en nuestro país nos desvela una nueva preocupación, que se suma a otras muchas que van apareciendo cada año. En la ganadería bovina, en particular, llevamos mucho tiempo luchando para erradicar una enfermedad que, a todas luces, es imposible eliminar: la tuberculosis bovina. Es una enfermedad que padecen y comparten muchas especies animales y, especialmente, el ser humano.
Las campañas para erradicar la tuberculosis, por tratarse de una zoonosis que implica riesgo de contagio de animales
a humanos, fueron muy efectivas en sus orígenes, hace varias décadas, cuando la prevalencia de la enfermedad
entre la cabaña bovina era muy alta.
Pero en determinados sistemas de gestión ganadera estamos viendo que resulta imposible mejorar hasta los límites deseados de erradicación. Hemos llegado a un punto en el que no se teme en absoluto a la enfermedad, pero sí a las campañas de erradicación y a los protocolos administrativos diseñados para tal fin.
A esta lucha infinita contra la tuberculosis, y a esos protocolos de vacíos sanitarios e inmovilizaciones que han provocado más pérdidas y cierres de explotaciones que la propia enfermedad, cada año se suma otra nueva amenaza.
La Lengua Azul es una enfermedad que padecen con graves síntomas los ovinos, y en ellos sí considero justificadas las campañas de vacunación. Pero no ocurre lo mismo con las ganaderías de bovino, donde también fue obligatoria durante muchos años con el objetivo, una vez más, de erradicar una enfermedad. Una erradicación que, lejos de alcanzarse, ha demostrado ser inviable: el virus continúa mutando y cada año surge un serotipo nuevo. Ante la imposibilidad de mantener campañas obligatorias, las administraciones han acabado aceptando lo que los ganaderos llevábamos tiempo pidiendo: una vacunación voluntaria.
Luego llegó la EHE, Enfermedad Hemorrágica Epizoótica. En este caso no fue la presión de las administraciones lo que nos afectó, sino su absoluta dejación durante un año, negando la evidencia de unas pérdidas cuantiosas, especialmente por el desconocimiento y el abandono administrativo.
Y la más reciente de la lista: la Dermatosis Nodular Contagiosa. Una enfermedad de categoría A, como la tuberculosis o la lengua azul, cuyos protocolos impuestos por la Unión Europea para su erradicación han provocado el sacrificio de casi tres mil bovinos con apenas 18 focos detectados en España. Pero también se han llevado por delante la ilusión de todos esos ganaderos, y la de muchísimos más que tememos que mañana pueda ser la nuestra la explotación sacrificada por completo.
Sabemos que estas enfermedades ocasionan perjuicios en nuestras ganaderías. Pero también sabemos que existen vacunas preventivas, que solo se aplican previa autorización europea y exclusivamente en situaciones de emergencia. Y sabemos, además, que no son zoonosis, por lo que no entrañan riesgo para la salud pública.
Por todo lo anterior, y tras repasar la gestión de estas enfermedades, lo que el ganadero tiene más claro es que teme más a las trabas impuestas por las administraciones —a los protocolos de gestión, a las vacunaciones obligatorias o a las que no quieren autorizar, a la limitación de movimientos o a los vacíos sanitarios— que a los efectos de las propias enfermedades.
Las administraciones deberían tener en cuenta los criterios técnicos y científicos, sí, pero también el sentido común. Ser capaces de reconocer la evidencia de que hay cosas que son imposibles. Ser conscientes de que hay enfermedades con las que tendremos que convivir y de que hay protocolos que pueden cambiarse, por mucho que estén escritos. Todo se puede reescribir. De lo contrario, es posible que nos quedemos sin ganaderías a las que seguir haciéndoles la vida imposible.


