Este inicio de otoño lo afrontamos con la mirada puesta en el humeante recuerdo de un verano especialmente complicado, marcado por los continuos incendios que se han producido en todo el país, y en especial por los que hemos vivido en nuestra provincia. Pero, sobre todo, iniciamos el otoño con la esperanza de que nuestros legisladores sean capaces de implementar cambios que permitan prevenir que los próximos veranos no se calcine lo que este se salvó.

Es cierto que en nuestro país los veranos son largos y calurosos, pero antes también lo eran. No es menos cierto que parece llover menos o que los inviernos son más cálidos; por lo tanto, lo fácil es echar la culpa de los incendios al cambio climático, como hacen desde nuestros gobiernos.

Tengo que decir que no estoy de acuerdo con este análisis, entre otras cosas porque cada vez que las agencias meteorológicas nos dan datos de temperaturas o lluvias, hacen referencia a que ha sido la más alta o la más baja desde hace ciertos años. Por lo tanto, hace ciertos años también hacía mucho calor o mucho frío, al igual que sucedía con las sequías. Recientemente las hemos sufrido, pero hace muchos años también ocurrieron.

Esto nos lleva a descartar que el cambio climático sea el único motivo. Entonces, nos surge otra pregunta: ¿antes había más o menos incendios? La respuesta es que antes había más incendios, aunque no de estos denominados “de sexta generación” —que, por cierto,
no sé cuándo se desarrollaron las cinco generaciones anteriores. Entiendo que ese calificativo se debe a que son mucho más voraces, extensos e incontrolables que los de antes.

Si ahora resulta más difícil controlarlos, surge otra pregunta: ¿tenemos menos medios de extinción? La respuesta está clara: antes no había medios aéreos y los vehículos no eran ni la sombra de los actuales. Por lo tanto, hoy disponemos de más medios.

En definitiva, antes también hacía mucho calor, había más incendios que actualmente, teníamos menos medios de extinción y, sin embargo, se quemaba mucha menos superficie. Este año, en España, se han calcinado más de 400.000 hectáreas, casi todas en la llamada “España vaciada”.

Esto muestra claramente quién es el verdadero culpable. No es un problema climático, sino político. Desde el poder político y legislativo se lleva mucho tiempo legislando sobre el mundo rural desde despachos en Bruselas o Madrid, con el asesoramiento de biólogos y ecologistas de sofá, ignorando a quienes han mantenido el patrimonio natural hasta nuestros días: agricultores, ganaderos, apicultores, pastores, cortacinos y todos los pobladores del campo.

Reiteradamente hemos trasladado a las administraciones —especialmente a Medio Ambiente— que el exceso de regulación, las limitaciones y trabas para realizar las tareas agrarias, la pérdida de activos en el sector y el desmantelamiento de nuestro campo están provocando el abandono del mundo rural. Como consecuencia, ya no existen zonas limpias donde los fuegos se contengan por sí solos.

Ahora dicen que flexibilizarán las normas para limpiar los montes, que modificarán la Ley de Montes, que pondrán más medios o que fomentarán la ganadería extensiva. Pero solo lo harán hasta que se disipe el humo o pasen las elecciones. Después, volveremos a estar solos y mal gestionados.