Alberto Pérez Vega, ganadero

Ser ganadero no es fácil, pero serlo en las condiciones que tiene que sortear cada día este leonés de la montaña de Riaño, es mucho.

Cuando Alberto pone la cabeza en la almohada se duerme ipso facto. “Yo de insomnio, nada”, dice. Ser ganadero no es fácil, pero serlo en las condiciones que tiene que sortear cada día este leonés de la montaña de Riaño, es mucho. Se podría decir que es un ganadero “a domicilio”, porque cada día tiene que visitar a cien vacas repartidas en siete cuadras diferentes. Cinco de las cuadras están en su pueblo, Barniedo de la Reina; otra está en la montaña cercana, más o menos hora y media de subida y bajada, y otra más en un pueblo a 60 kilómetros de distancia. Al trabajo habitual de un ganadero de vacuno de leche y carne, hay que sumar el tiempo al volante, y también el esfuerzo que supone atender un ganado tan disgregado y en cuadras no preparadas. El ordeño lo hace en hoyas, y Alberto calcula que cada día carga 25 carretillas de abono. Y no es que quiera quedarse anclado en el pasado, es que sus planes de levantar una nave nueva, aliarse con su hermano y agrupar por fin a sus animales se han quedado paralizados por el momento, pendientes de que prospere la concentración parcelaria de su municipio. Con un escollo burocrático semejante, el resto de problemas le parecen pequeños. Con una primera instalación y plan de mejora reciente los préstamos a atender son muchos, y el dinero no sobra, pero él está decidido a prosperar, que tiene dos hijos pequeños que lo merecen. Prefiere no pensar a cuánto le sale el beneficio por hora trabajada, desde las siete de la mañana hasta las 12 de la noche, día tras día, y sabe que por el momento no puede ir a ningún sitio, “ni siquiera a manifestarme”. No pide mucho: “Si yo tuviera una nave sería capitán general”, dice.

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