Felipe García. Ganadero y agricultor

Como tantos primogénitos, Felipe nació en el pueblo materno, El Pego, aunque desde niño vive una veintena de kilómetros más lejos, en Vadillo de la Guareña.

Como tantos primogénitos, Felipe nació en el pueblo materno, El Pego, aunque desde niño vive una veintena de kilómetros más lejos, en Vadillo de la Guareña. Presume este zamorano de su pueblo y repite las palabras que le dijera hace tiempo un visitante de la localidad: “Desde siempre he oído que los de Vadillo estáis arruinados, pero también desde siempre habéis vivido bien”. Felipe confirma esta idea y es más, está orgulloso del carácter de sus vecinos, capaces de hacer fiesta en cualquier situación, dispuestos a hablar y echar una mano, aunque tengan poco para guardar en el banco. “Aquí se vive al día”, asegura.

Y eso es lo que ahora le toca hacer, como agricultor y ganadero: vivir al día, porque el futuro es una incógnita. La ganadería -él tiene vacuno de leche y algo de porcino, en una explotación que comparte con su hermano- no va bien, y no se sabe cuándo remontarán los precios de la leche ni de los lechones; la agricultura pende de ese documento que tanto quiere Fischler. Ampliarla no es fácil, la tierra está cara y en su zona “como creo que en todas partes, las parcelas las compran los de fuera, no los agricultores”. El regadío tampoco puede avanzar por las limitaciones del acuífero… En fin, que, como dice Felipe, “no sabe si ir por aquí o por otro lado”.

Sin embargo, él no se desanima. Es de los que no fallan en las movilizaciones -y además es fácil verle, porque le falta poco para los 1,90 metros de altura-, aunque le duele que cada vez sea más difícil conseguir lo que se reclama. “Antes éramos bastantes agricultores y teníamos más fuerza”, reflexiona. Pero cree que merece la pena seguir reivindicando, moviéndose: no quiere ser de esos que se conforman con criticar lo mal que va el sector en las tertulias de los bares.

“De lo único que me quejo es de que los ganaderos no podemos salir de vacaciones. Y si consigues escaparte un par de días a la playa, casi peor: vuelves hecho un desgraciado, convencido de que todo el mundo vive mejor que uno”, dice, sonriendo.