La rogativa, el último cartucho del pueblo

Antes del siglo XIX, para atisbar qué periodos de se­quía hubo en España los histo­riadores han tenido que recu­rrir a los archivos parroquiales y comprobar en qué años hubo rogativas.

Campo Regional / Teresa Sanz Nieto

Hasta hace pocas décadas mirar por la ventana era la única manera de sa­ber el tiempo que haría cada jor­nada, y lo más parecido a una predicción meteorológica eran los refranes o las cabañuelas. Fue a mediados del siglo XIX cuando se crearon los primeros observatorios, muy rudimenta­rios, para anotar los datos plu­viométricos. Antes de esa fecha, para atisbar qué periodos de se­quía hubo en España los histo­riadores han tenido que recu­rrir a los archivos parroquiales y comprobar en qué años hubo rogativas o mermaban los “diez­mos del pan”, la renta que, aten­diendo a las cosechas, se pagaba a los canónigos. Según este últi­mo dato, y tal como apunta en la web del Observatorio nacional de la sequía, la cosecha más de­sastrosa de los tiempos moder­nos fue la de 1616, en la que sólo se recogió un 10 por ciento de la media de los años anteriores. Ya en el siglo XX, otra sequía so­nada fue la de 1930, que trajo la miseria a un país totalmente de­pendiente de lo que se recogía en el campo para poder comer, y unas fuertes tensiones sociales que desembocaron en la procla­mación de la segunda república española.

Aunque las rogativas hoy las asociamos a los santos venera­dos en cada localidad, antes del cristianismo ya había ritos con los que las gentes pedían al cielo que se protegieran las cosechas, como las fiestas romanas de la Robigalia. Modesto Martín Ce­brián, historiador y experto en etnografía (que recientemen­te ha publicado un estudio en la revista Folklore de la Fun­dación Joaquín Díaz), apunta que las rogativas denominadas “mayores” tenían lugar entre el 25 de abril, San Marcos, y el 15 de mayo, San Isidro; las “meno­res” se celebraban tres días an­tes de la Ascensión.

¿Cómo se decidía que había que hacer una rogativa? Los pasos seguidos no han cambia­do en muchos siglos: primero, el tiempo no acompañaba (fue­ra por sequía, fuera por tem­poral, aunque esto en nuestra tierra es menos frecuente); se­gundo, el gremio de agriculto­res y ganaderos se quejaba de la situación; tercero, el alcalde valoraba y encargaba la roga­tiva a la iglesia; cuarto, el obis­pado autorizaba la convoca­toria, y quinto, se hacía. Este esquema es muy similar al se­guido hoy en Castrotierra de Valduerna, en León, donde los años de sequía se lleva a su Vir­gen en romería hasta Astorga, a 18 kilómetros de distancia, acompañada por 52 enormes pendones (durante el trayecto tienen que turnarse varias per­sonas para soportar el peso) que representan a los pueblos de la comarca. Si hay motivos para sacar el paso lo decide la Hermandad de los Procurado­res de la Tierra, constituida por hombres y mujeres que repre­sentan a los pueblos de la zona. Son cargos vitalicios y prácti­camente hereditarios dentro de las familias; por ejemplo, Charo de la Fuente, es procura­dora de Celada, como lo fue su padre.

Charo ha vivido de siempre la tradición en casa, “y a pesar de que hoy la gente no va tanto a la iglesia ni tiene tanta fe, la ro­gativa es algo especial. Nunca he visto una mala palabra entre los miles de personas que acu­den, el ambiente es muy bueno y sano y sientes un orgullo in­creíble de poder participar en ello”. La mayoría de los procu­radores son mayores, y su tra­bajo fue la agricultura; Charo, que es de la nueva generación, trabaja en una tienda, en la que este año ha oído ya muchas ve­ces a los vecinos “a ver si este año los procuradores vais a te­ner que hacer la procesión”. Eso se sabrá en mayo, según de­cida la mayoría la de los procu­radores.

Los pueblos que impulsan estas tradiciones son muy pru­dentes y sopesan con cuidado si el momento de verdad requiere tomar la medida más excepcio­nal que a sus comunidades se les permite. Fernando Martín, agricultor de Caballar (Sego­via) ocupaba la alcaldía en las dos últimas “mojadas” orga­nizadas en el pueblo, treinta y veinte años atrás, las dos coin­cidentes con dos sequías excep­cionales. Caballar es un pueblo pequeño, de no más de cien ve­cinos, pero que en las últimas “mojadas”, en 1992, reunió a 5.000 personas para ver cómo los vecinos sumergían breve­mente en la “fuente santa” los cráneos de santa Engracia y san Valentín, los hermanos de San Frutos, reliquias que se conservan en una urna de la iglesia parroquial. Sobre la efi­cacia del rito, dicen que de las 33 mojadas documentadas des­de 1593 a 1982 (que no son todas las que se hicieron) en 26 llovió poco después. ¿Este 2012 po­dría ser uno de esos años? Fer­nando todavía considera que hay tiempo para que pueda re­montar al menos en parte la co­secha y para que a los pueblos no falte el agua en el verano. “Son decisiones que no se to­man a la ligera: sólo organizar un acontecimiento así requie­re del esfuerzo de mucha gen­te, de contar con vecinos que emigraron fuera e incluso con el cura, porque tiene que aten­der a siete pueblos. Esto no es un tema de fiesta, es algo incul­cado de nuestros mayores que merece ser tratado con respe­to”, concluye Fernando. 

Orgullo de grupo

El Concilio Vaticano II definía las rogativas como “súplicas públicas de bendición de Dios sobre los campos y sobre el tra­bajo del hombre, que tienen un carácter penitencial”. La posi­ción de la iglesia en estas tradi­ciones ha sido siempre un poco compleja, intentando apartarse en lo posible de la superstición, pero respetando la creencia. Ya en 1649, del Sínodo de Segovia salía un texto que decía: “otrosí ordenamos y mandamos que ningunas personas se atrevan a bañar en fuentes, pozos, ríos ni en otras partes, cuerpos o reliquias de santos con ocasión de decir que es causa que llueva en tiempo que falta agua”; también criti­caban por entonces la vertiente lúdica de esas procesiones, donde no debía haber “carne, nin vino, nin pan”.

Para el experto Modesto Martín, lo más valioso de es­tas tradiciones es que “generan una cohesión social muy grande que permiten a los pueblos mostrase como co­munidad, sentirse cobijados como grupo, algo que en las grandes ciudades ya no tienen. De los cientos de asis­tentes seguro que muchos no saben el origen exacto de ese rito ni creen en sus resultados, pero todos sienten la atracción de formar parte de un grupo, de estar junto a la gente de su pueblo”. 

 

Pie de foto:

Procesión de las últimas “Mojadas” de Caballar, en la provincia de Segovia, en el año 1992. En la urna se portan los cráneos de san Valentín y santa Engracia. Autor: JM CABRERO 

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