Los bizcochos preferidos de Santa Claus

El protagonista navideño acompaña desde los años cuarenta los productos de la fábrica burgalesa de Noel

C.R./ Teresa Sanz Nieto

Corría 1946 cuando Rosario Ortega y Lorenzo Angulo, matrimonio vecino de Lerma (Burgos) comenzaron a comercializar dulces bajo la etiqueta de “Noel”. Al principio de su obrador salía diferentes tipos de bollería; con el tiempo, el bizcocho se convirtió en su producto estrella, acompañado por una pequeña partida de rosquillas. También prácticamente desde esos primeros días, la marca se asoció a la imagen de un Papá Noel glotón y sonriente, a punto de engullir una bandeja de bizcochos y rosquillas. Ahora, el gordinflón Santa Claus es un icono más de la Navidad, un gran competidor de los clásicos Reyes Magos. Pero su fama es relativamente reciente. Fue en 1931 cuando Coca-Cola dio el actual aspecto a Papá Noel, con casaca roja y gorro con borla, y aunque en Estados Unidos rápidamente se hizo popular, en España no era tan conocido a finales de los años cuarenta, cuando la fábrica burgalesa lo eligió como emblema.

En el despacho que fue de Lorenzo Angulo –que falleció hace apenas un año– y desde el que hoy dirigen la empresa sus nietos, Beatriz y Alberto, cuelgan los dibujos originales entre los que se optó para ilustrar la marca. Uno, el que conocemos, el de San Nicolás; otro, acompañado por el rótulo “Fundador Noel”, muestra a un conquistador de las Américas; el tercero, un surtido de dulces.

En las subastas de Internet puede encontrarse alguna de esas antiguas cajas metálicas que, como explica Alberto, circulaban entre las diferentes fábricas de dulces, que reutilizaban, limpiaban, y rellenaban con sus productos, una vez cubrían por fuera con sus envoltorios. “Las mismas cajas servían para nosotros que para Fontaneda o cualquier otra casa”. Pocos cambios ha experimentado la imagen de Noel desde entonces. Algo más de color y también un pequeño ajuste en la marca, que al haber otra registrada con el mismo nombre, pasó a ser “INO y ELI” (aunque las íes del principio y el final se difuminan y el nombre sigue en su sitio, NOEL).

Aunque es fácil asociar este bizcocho con la taza de chocolate caliente y los meses de invierno, su venta es, salvo el ligero parón del verano, bastante homogénea a lo largo de todo el año. En total salen de Lerma 500 toneladas de bizcochos cada año, hacia fieles clientes de diferentes puntos del país, pero principalmente de la zona norte: Castilla y León, Galicia, Asturias, Canabria. Trabajan con algunos grupos de distribución, como Eroski, Lupa o Gadis, pero no con todos: “algunos te exigen unas condiciones que te llevan a la ruina”, comenta Alberto. En unos tiempos complicados como los actuales, el objetivo de una empresa familiar como la suya es mantenerse: “Somos diez trabajadores y lo que importa es que la marca siga siendo sólida, no es momento de hacer experimentos”, señala.

Saben que el mayor activo que tienen es la propia marca. Durante todo el año reciben en el punto de venta que hay en la propia fábrica visitas de personas que quieren llevarse unos cuantos paquetes de esos bizcochos que conocieron en su infancia. También son conscientes de que no se pueden mover un ápice de la calidad y receta clásica: “los ingredientes no han variado, y de todos ellos tenemos buenos proveedores en la región: azúcar de Valladolid, harina de Aranda de Duero, manteca de cerdo de Guijuelo, y el toque del aroma de vainilla”, explica. Gracias a ello han entrado en el circuito del “corazón amarillo” de Tierra de Sabor.

Las instalaciones sí se han modificado para mejorar el proceso de cocción y de envasado; los tiempos de rellenar las latas una a una dejaron paso a la cinta continua. 10 minutos de horno darán la consistencia adecuada a los bizcochos, que llegan a la caja ligeramente calientes, lo que impide que se rompan en la manipulación. Una vez endurecidos, ofrecen un aspecto rústico y una textura crujiente y a la vez mantecosa y sabrosa al paladar, cualidades que conservan bastante tiempo, algo que saben apreciar sus fieles consumidores. “En este tipo de productos los márgenes son pequeños, y el comprador sabe que merece la pena pagar unos pocos céntimos más para asegurar la calidad”, afirma el responsable de Noel.

 

Cuando se vendía al peso

En Noel se envasan bizcochos en tres formatos. La clásica caja grande de cartón, que antes era de dos kilos y medio y ahora de 1,750; la más vendida, la mediana de 600 gramos (hoy por hoy la más vendida) y el formato más pequeño, embolsado.

En tiempos, era frecuente encontrar la caja grande en los típicos establecimientos de ultramarinos, donde se despachaban al peso. Algo hoy poco habitual, aunque en una tienda de toda la vida como Severo Fraile, en la capital vallisoletana, todavía tienen alguna clienta, de edad avanzada, que prefiere llevarse a casa un cuarto de bizcochos.

  

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