Manuel Sastre, agricultor

Manuel Sastre es un agricultor de un pequeño pueblo de la provincia de Zamora, que a sus 48 años mira al futuro con incertidumbre.

Manuel Sastre es un agricultor de un pequeño pueblo de la provincia de Zamora, que a sus 48 años mira al futuro con incertidumbre. Sus ojos han visto tres épocas diferentes en las que se ha transformado no sólo la situación de la agricultura, sino también la de la sociedad rural. En este sentido, Manuel asegura: “en la década de mis abuelos y mis padres la gente andaba más contenta, había más alegría en el campo a pesar de que ganaban menos”.

En los muchos años que lleva desempeñando esta profesión ha comprobado de primera mano el proceso de despoblamiento que, desde la década de los setenta, experimenta el medio rural y, en especial, Villalba de Lampreana, localidad donde reside. ”Una muestra de ello –afirma Manuel– es que antes hacías lo que nosotros llamamos un paralao, es decir, te parabas en las linderas y hablabas con el dueño de la tierra vecina. Ahora la situación es diferente, vas montado en la cabina del tractor, escuchando la radio, en solitario”.

Este sentimiento que hace mirar al pasado con anhelo, surge también en los vecinos de Manuel, casi todos agricultores y ganaderos, pero de generaciones anteriores a la suya. “Los mayores se hacen cruces por no saber cuál será la situación de sus eras en los años venideros –añade este agricultor zamorano–; están muy descontentos”.

Manuel critica la falta de servicios que la administración presta al entorno rural, y lo señala como una causa más “por la que sus habitantes prefieren marcharse a las ciudades”. Conoce de cerca estas carencias, porque su madre, enferma de Alzheimer, tiene que ser cuidada de continuo por la familia, ya que no puede participar en los centros de día que existen en las ciudades.

Este desconocimiento sobre el futuro del campo hace que, cada vez con mayor frecuencia, los agricultores se sientan inseguros. En este sentido Manuel comenta que las ayudas de la Unión Europea, la PAC, son recibidas como agua de mayo, y “sin ellas nadie podría comer de la labranza”.