Febrero- marzo 2022 |LLEVAMOS MUCHO TIEMPO denunciando la actuación de la Unión Europea en relación a garantizar un sector agroalimentario fuerte y que dé garantías ante cualquier crisis, simplemente porque hay que comer todos los días. En reiteradas ocasiones he comentado que Europa está aplicando políticas que solo benefician a países externos. Cuando denunciamos los estrictos cumplimientos en sanidad animal o vegetal, uso de antibióticos, fertilizantes, fitosanitarios etc. que se nos exige a los productores europeos y, por lo contrario no se hace lo propio a las importaciones, estamos denunciando que no podemos competir en desigualdad de condiciones; más exigencias significa mayores costes, que no tienen fuera de la Unión. Para colmo aun mayor, la PAC —que es la compensación para intentar mantener la producción sin que el precio se actualice al crecimiento de la vida, y con ello evitar que se disparare el IPC— cada reforma que se ha hecho ha sido con menos dinero para compensar ese margen; por lo tanto, siendo cada vez más difícil mantener las producciones internas. La importancia de ciertos sectores debería ser una prioridad para los países. De hecho, la PAC es la política europea más antigua y ambiciosa, pues surgió para garantizar alimentos a la población, tras el periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial donde hubo episodios de desabastecimiento.

Recientemente, en el inicio de la pandemia, sufrimos las consecuencias de las malas políticas en otro sector casi tan estratégico como el alimentario: el sanitario, por ser dependientes de otras potencias en productos como las mascarillas, los EPI, o la infraestructura para la fabricación de vacunas. Para Europa, es más cómodo que fabriquen los chinos las mascarillas y nos las suministren por poco dinero —pues ya vimos que no todo es la comodidad—. Lo hemos vuelto a ver con las estúpidas políticas energéticas, renunciando a sistemas de producción locales sin tener otra alternativa propia. Y quedando a merced del gas procedente de Argelia, por ejemplo, que nos suministra el 45 % de lo que consume España, o de Rusia, quien aporta otro 10 %, y aun mayor dependencia la que tiene Europa de Rusia, quien le suministra hasta el 40 % a varios estados, como Alemania; —ahora se dan cuenta que no todo es ser los mas ecológicos—.

Tal como decía al principio de estas líneas, la crisis alimentaria ya está aquí. En ámbito mundial, los grandes productores de materias primas están en manos de dictaduras que poco le importa aplicar un veto a lo que entra o lo que sale de su territorio. Lo hemos sufrido levemente en otras ocasiones, como el embargo ruso de 2017. Y lo sufriremos gravemente con la invasión a Ucrania, principal punto de origen del cereal que consume Europa. Pero no solo eso, la mayor parte de Iberoamérica, que son los otros grandes productores de cereales o carne, está en manos de estos mismos regímenes. Desde Asia nos controlan los productos sanitarios; desde Rusia y países árabes, la energía; y, desde los regímenes comunistas, las materias primas en alimentación. ¡¿Qué coño está garantizando Europa?! El hecho de que convirtamos nuestro territorio en un lugar de cero emisiones, nula de glifosato o tierra de lobos, lo llaman ‘producción sostenible’. Si no es rentable no será sostenible, porque, si no hay rentabilidad, el negocio se cierra. Y si se cierra, habrá otra dependencia más de terceros países. ¡Cuánto me molesta acertar cuando digo que Europa ha perdido el rumbo!